Cuando Laura vino a consulta creía que la gota había colmado el vaso. Su marido, Ángel, había estado durante un largo periodo de tiempo ausente, frío y lejos muy lejos afectivamente de su pareja. Laura, por supuesto lo había notado y estaba preocupada. Sin embargo ninguno de los dos se atrevió a abordar el tema. El miedo a que una conversación hiciera más daño se fue alargando…
Y la gota cayó, y colmó el vaso. Ángel abatido, angustiado, necesitaba hablar, desahogarse y encontró quien le escuchara. No podía hacerlo con su mujer, pues le haría daño. Así que lo hizo con una compañera. Se abrió, se expresó, se sintió comprendido y se desinhibió,…
Como suele pasar, Laura lo descubrió. Y sintió el dolor de la mentira, de la traición, del no haber dado la oportunidad de hablar, de solucionar, de compartir, no esa noche sino todo el año que dejaron de ser lo que habían sido.Porque Laura y Ángel eran dos personas que compartían una filosofía de vida, compartían intereses, respeto y amor. Crearon una familia, se entendían y seguían una misma línea educativa respecto a sus hijos. Compartían valores.
Pero algo falló. O mejor dicho, no se permitió el fallo y se dejó pasar. Se dejó pasar el tiempo esperando que las cosas se arreglaran solas.
Así que ahí estaban, sabiendo ambos que la relación hacía aguas pero sin usar la única herramienta que puede unir a dos personas: la comunicación.
Laura vino a consulta sin saber qué hacer con lo que había descubierto. Creía que quería seguir conviviendo con su pareja. Por los niños, por su forma de ver la vida, por la convivencia fácil,… Pero a la vez creía imposible poder perdonar todo un año de silencio y un engaño. Sentía dolor, incomprensión, desprecio. Tantas emociones desagradables que no sabía si podría superarlas. Ahora todo era negativo, se mostraba hipervigilante con respecto al comportamiento de su marido, obviaba los aspectos positivos. Todo reacciones normales a un engaño por otra parte, pero seguía el miedo a expresar sus sentimientos. Miedo a la reacción de su marido, a que le disgustara su tristeza, a que le molestaran sus preguntas, a que en vez de avanzar se distanciaran más aún.
Ángel no era una persona muy comunicativa. Al parecer sus padres no fueron muy cariñosos y expresivos. Así que guardaba para sí lo que sentía y tampoco sabía preguntar a los demás por su estado.
Puedes resignarte a que la relación se quede en este estado pero no estarás viviendo de acuerdo a lo que tú valoras. O puedes aceptar lo sucedido, aceptar los hechos, aceptar tu dolor y, si decides perdonar, actuar para construir la relación que quieres. Y a veces conseguir lo que deseo va a suponer un verdadero esfuerzo, teniendo que pasar incluso por el dolor. Resignarte o actuar.
Poco a poco Laura fue atreviéndose a preguntar, a expresar y a compartir sus miedos, sus dudas, su dolor,… Y la respuesta de Ángel era positiva, le agradaba que Laura compartiera y además parecía que daba sus frutos. Pues él se mostraba más afectivo con ella.
Aún así, Laura seguía desconfiada y temerosa. Además continuaba muy focalizada en pequeños aspectos que según ella tenían una interpretación negativa y daba la mínima importancia a conductas que deberían ser agradables para una pareja.
Se centraba en frases que se habían dicho en el pasado y era incapaz de soltarlas aún comprendiendo que somos seres inestables y que no podemos sentir siempre lo mismo y en la misma intensidad. Esto le nublaba lo que estaba pasando en el presente: estaba aumentando la comunicación, la comprensión y el intercambio de afecto. Por otro lado, su dolor no reparado aún necesitaba venganza. Aunque no se materializara en un acto sexual con otra persona, lo que quería era que Ángel sintiera lo que ella sintió. En cierto momento, creyendo que no avanzaba, pensó que lo mejor era resignarse. ¿Qué puedo hacer para convivir con él sin que esto me afecte? ¿Cómo puedo vivir con él sin que me importe lo más mínimo lo que haga con su vida? Mi respuesta era sincera, puedes resignarte a que la relación se quede en este estado pero no estarás viviendo de acuerdo a lo que tú valoras. O puedes aceptar lo sucedido, aceptar los hechos, aceptar tu dolor y, si decides perdonar, actuar para construir la relación que quieres. Y a veces conseguir lo que deseo va a suponer un verdadero esfuerzo, teniendo que pasar incluso por el dolor. Resignarte o actuar.
Finalmente, un día Laura se atrevió: «me has hecho daño y necesito que me pidas perdón para poder avanzar». Ángel, estupefacto creía que ya lo había hecho mediante actos. Lo que no sabía es que Laura quería oirlo. Y así sin más Ángel dijo «Perdón por lo que te he hecho».
El logro no ocurrió en aquel único momento, aunque era muy importante, sino durante todo el proceso, todo el periodo de comunicación, de comprensión,… Pero aquellas palabras sin duda marcaron la diferencia.
Desde entonces su intimidad fue más intensa, más auténtica. Y aunque aún tienen miedo de ser tan sinceros y comunicativos saben que están más cerca el uno del otro que nunca.
