Tareas del duelo

El duelo no es un estado, tampoco una enfermedad. El duelo es un proceso por el que pasan las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido. No hay unas etapas fijas o unas reglas definidas. Se cree que, con el tiempo, se debe pasar por la aceptación y la adaptación y esto requerirá elaborar el reconocimiento de la realidad, del dolor, del significado de la pérdida y vincularse de una manera sana y segura con el fallecido.

No existe un tiempo establecido en el que se considere que se ha superado el duelo por la muerte de un ser querido. Unas personas pueden lograrlo en 6 meses, otras en un año. Y algunas, en los casos más complicados, pueden tardar más de dos años.

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Un buen indicador de que este momento ha llegado es cuando la persona afectada logra hablar del fallecido sin dolor, sin sensaciones físicas como la opresión en el pecho o el llanto. También es un indicador muy importante el hecho de que la persona en duelo es capaz de nuevo de conectar con la vida, con aquello que le importa y con las personas de su alrededor.

Para llegar a este punto, las personas en proceso de duelo habrán logrado hacer lo que J. William Worden tareas del duelo. Para este psicólogo experto en el tratamiento del duelo, estas tareas son cuatro:

1. Aceptar la perdida: cuando un ser querido muere siempre hay una sensación de irrealidad (esto no puede estar pasando). Así que la primera tarea consistirá en asumir que esto es real e irreversible, ya no voy a poder reencontrarme más con esta persona.

En ocasiones ocurre que las personas que han perdido a un familiar o amigo tienden a negar que esto ha ocurrido y se atascan en esta primera tarea. Una de las formas en que esto ocurre es la negación de la realidad, puede verse cuando se conserva la habitación del fallecido tal cual la dejo por si acaso volviera, o cuando se ve al fallecido reencarnado en uno de sus hijos. Estos comportamientos pueden ser normales a corto plazo pero a largo plazo dificulta la aceptación de la pérdida.

Otra forma de negar la pérdida, es negando su significado quitándole importancia (no estábamos tan unidos, no eran tan buena persona,…) En este caso, al contrario que en el anterior, es posible que se deshagan en seguida de los objetos del fallecido para minimizar la pérdida.

Por otro lado, la negación de la irreversibilidad puede verse reflejada en frases como “no quiero que estés muerto”, “no quiero que mueras” o en la esperanza de poder contactar con el fallecido a través del espiritismo. Todo, de nuevo, comportamientos que impiden la aceptación.

Al tratar de hacer conscientes a las personas de esta realidad será importante tener en cuenta que la aceptación no solo debe ser intelectual, sino que también debe haber una aceptación emocional. A veces las personas en duelo pueden ser conscientes de que esto es algo irreversible pero tienen algunas conductas como palpar el lado de la cama en el que dormía el marido fallecido con la esperanzo de poder tocarlo. Esto puede ser un indicador de que esa aceptación emocional todavía no se ha alcanzado.

2. Reconocer el dolor: si el dolor de la pérdida no se reconoce se manifestará con síntomas físicos o con algún tipo de conducta anormal. Cualquier cosa que permita a la persona evitar o suprimir el dolor de la pérdida alargará el proceso del duelo.

La sociedad, por lo menos la occidental, no favorece en nada este reconocimiento. A menudo nos sentimos mal ante el dolor ajeno y tratamos de “ayudarles a no sentir”: no tienes porque estar en duelo, eres joven y puedes tener más hijos,, hay que seguir adelante,… Así la persona en duelo, refuerza sus pensamientos sobre que no debería sentirse así, y que no tendría por qué pasar el duelo.

Así la negación en este caso tiene el objetivo de no sentir, no pensar. Se pueden emplear estrategias como la distracción, estimular solo pensamientos agradables, evitar recuerdos, o el consumo de alcohol o drogas. Otras personas tratan de encontrar una “cura geográfica” y huyen a otro país buscando alivio.

Si no se aborda esta tarea de la forma adecuada es probable que la persona necesite terapia más adelante.

3. Adaptarse al mundo sin el fallecido: hay tres tipos de adaptaciones a valorar:

  • Adaptaciones externas: cómo influye la muerte en el comportamiento del día a día de la persona. Educar sola a unos hijos, enfrentarse a una casa vacía, llevar en soledad la economía familiar o tareas que antes solía hacer el cónyuge por ejemplo. El superviviente no suele ser consciente de todos los roles que asumía el fallecido hasta un tiempo después de la pérdida. Redefinir la pérdida de modo en que pueda redundar en un beneficio para el superviviente (porque adquiero nuevas habilidades, porque me siento eficaz) puede suponer haber logrado esta tarea.
  • Adaptaciones internas: cómo influye la muerte en la imagen que tiene la persona de sí misma. Muchas veces la definición que hacemos de nosotros mismos viene determinada por la función que tenemos con respecto a los demás, por ejemplo una mujer que se define como madre, cuidadora, cariñosa,… Así uno de los objetivos es que sea vea como una persona independiente que puede desarrollar sus habilidades o sus valores en otras áreas de su vida o con otras personas.
  • Adaptaciones espirituales: cómo influye la muerte en las creencias, los valores y los supuestos sobre el mundo. La muerte puede poner en entredicho que el mundo es un lugar seguro, bueno o justo, que la vida tiene sentido y que la persona misma es importante.

No llevar a cabo esta tarea puede suponer el aislamiento, sin afrontar las exigencias de sus propias necesidades y del día a día.

4. Hallar una conexión perdurable con el fallecido: hallar un lugar para el fallecido que permita al superviviente seguir vinculado a él pero sin que esto le impida seguir con su vida. Poder recordarlos pero siguiendo con nuestra vida. La tarea del psicólogo será la de ayudar al afectado a encontrar una forma de conectar con el fallecido sin que esto le permita seguir viviendo en el mundo de forma adecuada.

Estas tareas no son fijas, pueden abordarse varias al mismo tiempo, y no hay un tiempo establecido para cada una. Influirán diversos mediadores como la edad, el tipo de apego con el fallecido, la personalidad,…

En definitiva, aceptar la pérdida, reconocer el dolor, adaptarse a la vida y encontrar una forma de conectar con el ser querido fallecido sin que me impida continuar viviendo van a ser las tareas fundamentales para superar el proceso de duelo.

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Si crees que alguna de estas fases se te atrabanca, si sientes que desde que faltó esa persona no consigues continuar viviendo con normalidad, es buena idea acudir a un psicólogo. Para trabajar las tareas del duelo puedes hacerlo tanto de forma presencial en mi consulta de psicología en Valencia (San Antonio de Benagéber) o de forma online, la terapia online puede estar indicada para estos casos.

Perdón

Fuente de este artículo: María Prieto-Ursúa, Mª José Carrasco Galán, Virginia Cagigal de Gregorio, Elena Gismero González, Mª Pilar Martínez Díaz e Isabel Muñoz San Roque. Clínica Contemporánez. El perdón como Herramienta clínica en terapia individual y de pareja.  Vol. 3, Nº2, 2012, pp 121-134.

A lo largo de tu vida, es probable que te hayas visto o te vayas a ver dañado por un familiar, por un amigo o por tu pareja. Un daño, una traición, una acción que nos ha hecho sentirnos mal y que nuestra primera reacción es la de no perdonar. Esto quiere decir que va a haber diferentes respuestas:

  • En nivel emocional sentiremos dolor, rabia, tristeza,…
  • En nivel cognitivo representaciones ofensivas del ofensor, pensamientos de venganza, de incomprensión, planteamientos de si tú como víctima has tenido alguna culpa e incluso de finalización de la relación.
  • En nivel conductual puede haber evitación o distanciamiento o, por lo contrario, confrontación.

Estas experiencias que resultan desagradables para quien las padece pueden ser mitigadas, no siendo necesario perdonar si no se desea. Se puede aceptar el daño recibido, hacer re-atribuiones de los sucesos y circunstancias relacionadas, manejar el estrés o aprender a manejar la ira. El perdón solo será un recurso más.

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Al proceso de perdón se puede llegar de diferentes formas:

  • Según la respuesta que empleemos: conductal (reconciliarse), emocional (dejar ir los sentimientos desagradables) o cognitiva (pensamientos determinados sobre el hecho o el ofensor)
  • Según la dirección del cambio: negativo (se abandonan o reducen las respuestas conductuales, emocionales y cognitivas negativas) o positivo (aparecen respuestas positivas).
  • Según su orientación: centrada en sí mismo o centrado en el otro.

Así, llegar a perdonar se podrá hacer de múltiples formas. No hay una forma correcta pues cada individuo encontrará su forma de hacerlo.

Clasificación del perdón:

Diferentes autores proponen distintos conceptos de perdón

  • Perdón intrapersonal o unilateral: se completa enteramente en el indivíduo dañado, no necesita de nada ni depende de la posición del agresor. Perdonar será totalmente independiente de las acciones del agresor en el pasado, en el presente y en el futuro. La persona que perdona no busca nada del otro.
  • Perdón interpersonal o perdón negociado: El perdón adquiere la función de reparación del daño o de la relación. El agresor admite la acción ofensiva, asume la responsabilidad y expresa arrepentimiento. Muchas personas estarían dispuestas a perdonar si se dieran estos pasos.
  • Perdón a uno mismo: intentará evitar pensamientos, sentimientos o situaciones asociadas a la agresión. Tratar de hacer actos de reparación a la víctima o decidir no volver a cometer la agresión nunca más. Para perdonarse a uno mismo sera imprescindible la reconciliación, no así para perdonar a otros.
  • Falso perdón: el agresor mantiene su dominio y se promueve el mantenimiento del daño. Perdonar no es olvidar ni continuar como si no hubiera ocurrido nada. El perdón debe ocurrir desde una posición de fuerza no de debilidad porque el perdonador reconoce una injusticia y la considera en lo que es. Lo peligroso del falso perdón son la manipulación, la negación, la evitación, la injusticia o la cronificación del daño.

Intervención en el perdón.

En general, las distintas intervenciones que se han propuesto tienen en común el trabajo sobre los siguientes puntos:

  • Reconocer la existencia de la ofensa y su importancia: ver la ofensa con perspectiva evitando la negación de la violación de la relación tanto como la magnificación del daño. Reducir los sentimientos de victimización innecesarios.
  • Intentar considerar el punto de vista del ofensor: permite a la víctima reconocer y modificar los patrones destructivos que perpetúan actos injustos y el «entendimiento» que reconoce las limitaciones del agresor sin quitarle responsabilidad. Así se podrán llegar a patrones relacionales alternativos.
  • Sentir empatía con el agresor: aquellos sujetos que logran perdonar al ofensor tienen altos niveles de empatía. Las disculpas y la expresión de arrepentimiento tienen un efecto facilitador de empatía. Ver el malestar del agresor por su acción nos ayuda a ponernos en su lugar y a hacer reatribuciones más positivas.
  • Recordar ocasiones en las que nosotros mismos hemos sido ofensores y nos hemos sentido agradecidos por recibir el perdón de otros.

Efectos del perdón

En general los resultados de los estudios sugieren que las intervenciones que promueven el perdón pueden llevar a reducir los efetos negativos para la salud mental del no perdonar (estrés y disfunción) y producir incrementos en la auto-estima y la esperanza.

El perdón en las parejas aumentaría la satisfacción marital, el compromiso o el manejo de conflictos.

¿Por qué él afronta tan bien esta situación y yo tan mal?

¿Qué hace que una persona ante una determinada situación actúe de una manera determinada y otra persona, ante esa misma situación, actúe de otra completamente distinta?

Laura acaba de realizar una presentación oral en el trabajo, tenía que presentar el nuevo producto para la temporada 2018-2019 a los clientes de su empresa. Su jefe, que ha prestado atención a su exposición, la ha felicitado por su trabajo pero también le ha recomendado que la próxima vez trate de mantener un mayor contacto visual con el público. Laura se ha sentido bien al recibir la felicitación y ha decidido mejorar el contacto ocular para que la próxima presentación salga todavía mejor.  En otro turno, es Marta quien realiza la presentación del nuevo producto. Al finalizar, su jefe que estaba igualmente presente, la ha felicitado por su presentación y le ha aconsejado exactamente lo mismo que a Laura, que aumente el contacto visual con sus oyentes. Marta se ha venido abajo, cree que toda la presentación ha sido un fracaso y que a su jefe no le ha gustado como lo ha hecho. No se cree que capaz de mejorar el contacto visual y está empezando a sentir nervios cuando piensa en la siguiente presentación.

¿Qué ha pasado por la mente de Marta? ¿Y por la de Laura?

Veamos otro ejemplo. Observa la siguiente escena.

Escena ambigua
Escena ambigua

Un chico, sentado en el sofá de su casa, ha recibido una llamada y parece que lo que le han dicho, de algún modo, le ha emocionado. No sabemos en qué sentido. ¿A ti que te sugiere? ¿Te ha venido a la mente una mala noticia? ¿En qué aspectos te has fijado? ¿Y cómo crees que se sentirá el chico con esa interpretación?

Intenta darle la vuelta, y piensa en otra alternativa, una positiva. ¿Es posible que esté llorando por una buena noticia? ¿Cómo crees que se siente el chico con esta nueva interpretación? Intenta dar todas las alternativas que creas posibles.

Es posible que si hoy tienes un estado de ánimo decaído hayas dado una interpretación negativa de esta escena y al revés, si tienes un ánimo positivo hayas visto una alternativa de carácter alegre. Lo que está claro es que nuestro estado de ánimo y nuestros pensamientos se retroalimentan entre sí. Los expertos han observado que las personas con trastornos emocionales tienden a realizar interpretaciones negativas en las mayoría de las situaciones que viven.

El problema no es la evaluación negativa que hacemos de la situación. De hecho, en muchos casos esto puede resultar beneficioso para prevenirnos de peligros y amenazas. Por ejemplo, si viene un coche a una rápida velocidad dirigido hacia mí, el pensamiento de «me va a atropellar» me invitará a apartarme lo más rápido que pueda. Pero en otros muchos casos, si lo hacemos de forma repetitiva y en situaciones equivocadas, puede resultar perjudicial.

Imagina que Marta, la chica que creyó que fracasó en su presentación oral, comenzara a pensar que cada vez que tiene que hablar en público, en reuniones sociales o con desconocidos las personas van a pensar que no tiene habilidades para comunicarse, que es aburrida, etc. y esto hace que evite continuamente la mirada de los demás porque así se siente más cómoda. Y con el tiempo no sólo evita la mirada, sino que también evita relacionarse en este tipo de situaciones. Probablemente terminaría perdiendo el trabajo y las amistades, disminuiría su tiempo de ocio, perdería oportunidades, etc.

Marta sólo se centró en un aspecto de la valoración que su jefe hizo de su trabajo. Obvió todo lo demás. Por lo que las posibilidades de ampliar el abanico de diferentes interpretaciones de la situación se cerró. Se mostró rígida en su capacidad de evaluar la situación y esto influyó notablemente en su estado de ánimo.

Tener la capacidad de identificar nuestros pensamientos ante las diferentes situaciones que nos causan malestar nos da la oportunidad de valorar qué interpretaciones estamos realizando. En el caso, de que nos hayamos cerrado en banda con una única opción, es interesante reevaluar nuestros pensamientos y valorar la posibilidad de que existan otras interpretaciones. No se trata de que elimines de pronto esa interpretación negativa (porque sabemos que no podemos controlar nuestros pensamientos) sino simplemente de que aceptes otras alternativas, y de que coexistan juntas.

Por eso, cuando acudes a la consulta de un psicólogo, éste te enseñará a identificar tus pensamientos automáticos para que puedas valorar otras posibilidades. Juntos os daréis cuenta de si esta forma que tienes de valorar las situaciones son errores del pensamiento. A menudo tendemos a sobreestimar la ocurrencia de eventos negativos, aunque no haya ninguna evidencia para ello. Otras veces tendemos a catastrofizar: si pasa eso tan malo que estaba pensando, no voy a poder soportarlo, no podré hacerle frente. Ante estos pensamientos, es seguro que me sentiré temeroso, inútil y triste. Por eso es tan interesante aumentar nuestra flexibilidad cognitiva (la capacidad para valorar otras alternativas), porque esto nos dará margen para afrontar las situaciones desde otra perspectiva y, por supuesto, con otro estado de ánimo.

 

Relaciones viciadas

Entre las acepciones del verbo «viciar», en el diccionario de la Real Academia Española, se encuentran las siguientes:
  • Pervertir o corromper las buenas costumbres de vida.
  • Torcer el sentido de una proposición, explicándola o entendiéndola siniestramente.
Cuando una relación interpersonal se vicia se dan estos dos factores; 1. la relación ha dejado de ser lo que fue en un principio para entrar en una espiral de pensamientos y actos negativos hacia la otra persona 2. basados en malinterpretaciones de actos concretos.
Esta degradación suele darse en parejas sentimentales, pero también en relaciones familiares o laborales.
Lo que suele ocurrir es que tomamos determinadas acciones del otro que no nos gustan y las extendemos a la totalidad de su persona

Por ejemplo, Pepe ha llegado tarde a su cita con María. Ella piensa que Pepe siempre llega tarde, que no la tiene en cuenta, que es un egoísta y un desconsiderado… pensamientos que van incrementando el malestar y el enfado.

Otro ejemplo, Marta está trabajando en su ordenador, Juan le hace una pregunta y ella no contesta. Juan piensa que a ella sólo le importa su trabajo, que nunca le hace caso, que lo ignora, que no lo quiere, etc. Como consecuencia aumenta su tristeza. 

Si nos dejamos llevar por estos pensamientos nuestras acciones se verán influenciadas y obtendrán consecuencias sobre la relación con el otro.
Cuando extrapolamos determinados actos a la totalidad de la persona actuamos en base a este principio y todo lo que hace esa persona es «porque es malo», «porque me quiere hacer daño», «porque pasa de mí»,… y obviamos parte de la realidad. Por ejemplo, Pepe ha llegado tarde porque se ha encontrado a su amigo de la infancia, que tanto tiempo hacía que no veía, y no porque tuviera una intención expresa de faltar a su cita con María. Con el tiempo, el comportamiento hacia el otro se vicia, y actuamos siempre enfadados, a la defensiva, esperando los ataques del otro, etc. Obviamente la otra persona responde en base a este comportamiento y a sus propios pensamientos. Finalmente, las muestras de cariño y los buenos momentos van desapareciendo.
Estos pensamientos tienen lugar cuando:
– la relación tiene un alto nivel de compromiso y exigimos lo que creemos merecer
– hemos tenido experiencias previas desagradables
– nos fijamos exclusivamente en lo negativo, obviando parte de la información
– damos por supuestos pensamientos de la otra persona, aunque ésta no lo haya manifestado
– no expresamos de forma asertiva lo que ese acto que nos ha molestado nos ha hecho sentir
Evidentemente hablamos de situaciones que por sí mismas no están evidenciado faltas de respeto, humillaciones, malos tratos o cualquier acto que pueda causar daño físico o psicológico. Por el contrario, se trata de distinguir aquello que realmente estamos malinterpretando y de hacer saber al otro cómo nos ha hecho sentir, siendo capaces ambos de llegar a acuerdos aceptables para los dos.
Si únicamente valoramos el acto y expresamos nuestro malestar de forma asertiva («que hayas llegado tarde me ha hecho sentir que te has olvidado de mí»), damos la oportunidad al otro de dos cosas importantes: de que se explique y de que nos comprenda.

Trastornos depresivos y tratamientos disponibles

En diferentes momentos de nuestra vida, todos hemos vivido alguna situación que nos ha causado tristeza; una separación, una pérdida, una decepción,… Es inevitable sentir dolor emocional, no podemos escapar de ello. Sin embargo, si aceptamos y nos adaptamos a las nuevas circunstancias el dolor irá mitigando hasta desaparecer. Habrá nuevos acontecimientos que acaparen nuestra atención y nos hagan sentir otras emociones tales como alegría, enfado, sorpresa, miedo,… Es natural.

Muchas personas que sienten melancolía se preguntan en qué punto la tristeza se convierte en depresión, cómo saber si ese sentimiento que ellos tienen es «normal» o deberían pedir ayuda.

  • En el momento en el que una persona sufre de una tristeza que interfiere con el funcionamiento laboral, personal o social se puede considerar que ésta debería pedir ayuda profesional.
  • En el DSM IV-TR se citan diferentes criterios para el Trastorno de la Depresión Mayor, consideran que deben cumplirse 5 o más de los siguientes: estado de ánimo depresivo, disminución del interés por las cosas que antes causaban placer, pérdida significativo del peso o aumento/pérdida del apetito, insomnio o hipersomnia, agitación o enlentecimiento psicomotor, fática o pérdida de energía, sentimientos de desvalorización o culpa inapropiados, menor capacidad para pensar o concentrarse y pensamientos recurrentes de muerte o ideación suicida.
  • Por otro lado, también se considera el Trastorno Distímico. Se trata de sentimientos depresivos crónicos, al menos 2 meses. La diferencia fundamental con la depresión mayor es su cronicidad, la ausencia de agitación o enlentecimiento psicomotor y de ideas de muerte o de suicidio. No interfiere tanto en la vida social o laboral pero está causando un malestar clínicamente significativo debido a la baja autoestima, la dificultad en la toma de decisiones, la fatiga, los sentimientos de desesperanza,…
  • Existen otros trastornos depresivos debidos a sustancias, a enfermedades médicas o a otros trastornos mentales.
  • En el Trastorno Bipolar también se dan episodios depresivos, pero este tema merece un tema aparte.

¿Qué tratamientos existen para los trastornos depresivos?

  • A nivel farmacológico, actualmente los más usados son los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS), como la fluoxetina (famoso Prozac) y el citalopram, y los inhibidores de la recaptación de serotonina y noradrenalina (IRSN) , como la venlafaxin y la duloxetina. Estos medicamentos pueden ser útiles en el tratamiento de la depresión pero tienen el inconveniente de los efectos secundarios (dolor de cabeza, nauseas, inquietud, problemas sexuales y nerviosismo). No obstante, hay estudios que han comprobado que la administración de antidepresivos no es más efectiva que la de placebos. Para Irving Kirsch, «los antidepresivos no son más que otro tipo de placebos, con efectos secundarios más notables.» Puedes consultar los resultados de este estudio AQUÍ.
  • A nivel psicoterapéutico, la terapia que se ha considerado más beneficiosa es la Cognitivo-Conductual. En este caso se emplean tanto técnicas conductuales como cognitivas. De forma resumida, de lo que se trata es de que la persona se dé cuenta de la relación que tienen sus pensamientos y sus conductas con sus sentimientos de tristeza, culpabilidad, inutilidad,… Así se programarán actividades placenteras y actividades sobre las que se tenga cierto dominio para aumentar los sentimientos agradables y la autoestima, contrarrestando la tendencia a la evitación y los sentimientos de inutilidad. Por otro lado, se identificarán y modificarán los patrones de pensamientos negativos o distorsionados, los problemas de la vida que contribuyen a su depresión y las interacciones problemáticas con otras personas. También será importante re-descubrir las principales metas y los valores fundamentales para la persona y dirigirla hacia la consecución de sus objetivos de forma realista.

Es importante recalcar que debe ser un profesional de la salud mental (un psicólogo o un psiquiatra) quien se encargue de tratar los trastornos depresivos.

Si tienes dudas puedes solicitar una primera sesión informativa/orientativa. No es recomendable retrasar la intervensión puesto que cuanto más se establezcan los patrones depresógenos más difícil será salir de ellos.

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